“Nadie tropieza dos veces en la misma piedra”.
Ese dicho, a diferencia de los dichos populares, generalmente tan sabios y tan ciertos, es falso, completamente falso,
pero no por mala intención,
no es pues una mentira maliciosa,
sino más bien producto del olvido,
el mismo que nos lleva
a tropezar,
una y otra vez,
y a seguir tropezando
“per secula seculorum”
en la mismísima piedra.
Es fácil verificar este aserto, porque a todos nos pasa lo mismo
y podemos atestiguarlo.
Y de veras,
el culpable de esa reincidencia es el olvido,
ese refrescante baño lustral, que mantiene al cerebro
en su condición presta y gimnástica, permanentemente,
incluso cuando dormimos.
Y es que si no fuera por el olvido benefactor,
nuestra mente absorbería
y gravaría indeleblemente, todos los mínimos y máximos detalles que presenciamos.
Y eso si que sería un caos
y un castigo insoportable.
Para mejor ilustración traigo a colación a Borges, cuando no, y su interesante y bello cuento “Funes el memorioso”,
que es una ingeniosa metáfora del insomnio.
Se trata de un muchacho humilde del Uruguay, campesino,
que se cayó de un caballo
y a raíz del golpe recibido,
se le prendió la memoria sin interrupción.
Dicho al revés,
se le perdió el olvido,
sin el cual le quedaba grabado en la memoria
todo lo que entraba en ella.
Los reflejos del sol, uno por uno,
los de hoy, los de ayer y antes, cada día vivido.
Las ramas de un árbol,
sus hojas,
una por una con su nervadura ramificada,
las hormiguitas que suben y bajan, una por una,
las ramas en cada posición cuando las mueve el viento. Las de hoy, las de ayer y así
todo lo que presenciaba
y había presenciado.
Cuando le hablaba una persona sus labios, sus manos
en todas y cada una de sus posiciones
le quedaban gravadas faximilarmente,
de por vida en su recuerdo.
Por ese camino se pierde entonces la capacidad de reflexionar,
el cerebro se embota y queda entorpecido.
No se puede razonar porque para ello es preciso
la abstracción de los detalles. Hay que generalizar y hay que apartar los pormenores.
Para concluir esta notilla,
qué dicha que olvidamos,
qué generoso es el olvido, aunque por ello sigamos tropezando, una y otra vez,
en la misma piedra.