Recuerdo bien cuando escuché a Raphael por primera vez
«Yo soy aquel»,
un medio día tomando mi pequeña siesta del almuerzo.
Eran los tiempos de las dos jornadas, mañana y tarde,
de 7 a 11 y de 1 a 5.
Era la vieja Costa Rica que se estaba yendo,
yo de 21 años.
Me gustó su mímica y el estilo tan original,
a mediados de los 60.
Los tonos graves que se van adelgazando y van y vienen.
Y su histrionismo libremente flamenco.
No es de aceptación generalizada como Julio Iglesias.
Raphael representó
una ruptura en un mundo viril,
por sus gestos y su mímica.
La originalidad es su clave.
Y puede ser, y eso qué,
que sea fémino en sus movimientos.
Pero más bien flamenco.
Es doble el agrado si se puede ver y oír a un tiempo,
sobretodo en sus años juveniles.
El escenario es su tierra firme.
Fue una revelación cuando apareció.
Claro que se ha ido gastando su voz, tiene 81 años,
pero él sigue tan campante como Johnnie Walker.
