Amo a los perros, en particular los míos, por supuesto.
Son seres inteligentes y amorosos y, sobre todo, en especial y en contraste con nosotros los humanos, son leales.
Hablando de los perros un religioso fanático, rebajaba sus méritos y los ponía en un orden inferior de La Creación (?), solo porque los pobres animales, según él, no tienen alma, ese invento fabuloso de los griegos clásicos, que hoy justifica la rentable ficción de la vida después de la vida.
Dónde habrán visto o sentido el alma esos crédulos fanáticos.
Una vez que consumen esa narcótica noción, pierden de vista la realidad y permutan la luz por las tinieblas.
Y ahí se quedan, perdidos en la oscuridad de una egoísta esperanza de vida después de la vida.
De veras que la religión,
como dijo Marx lúcidamente, es el opio del pueblo.ñ