“Nadie tropieza dos veces en la misma piedra”,
es un decir inexacto.
Lo digo por experiencia propia, pues a lo largo de mi larga vida,
hay cosas que he tenido que aprender una y otra vez,
o sea, aprender de nuevo
lo mismo que ya había aprendido hacía tiempo,
en vista de los errores cometidos.
Y es que somos dados al olvido fácil,
en particular, cuando se trata de cosas desagradables de recordar,
pero también de toda índole.
Es un mecanismo de defensa.
El olvido es el sótano de la memoria dice Borges.
Y si no fuera por ese prodigioso recurso de la memoria que es el olvido, quizás nos volveríamos locos.
O nos pasaría como a Funes, el memorioso, personaje de Borges en un cuento de ese mismo nombre,
que había sido privado del olvido,
a consecuencia de un golpe.
Y su memoria estaba abarrotada de todos, absolutamente todos,
los precisos detalles de la abrumadora e ininterrumpida realidad.
Al final de su entrevista con Funes dice Borges:“Pensé que cada una de mis palabras (cada uno de mis gestos), perduraría en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.”
Después de haber leído tantas veces este relato,
he comprendido que el olvido es, en muchos casos,
un recurso auxiliar del cerebro
y no una torpeza o señal de incapacidad.