He dicho en otra página
que lo más evidente
es lo que más cuesta de ver.
Y ahora quiero referirme a esa máxima que reza: “Menos es más”.
Me circunscribo al dominio del arte y la literatura.

La pintura es, o pretende ser, una réplica del mundo,
desde la perspectiva personal del artista.
Una propuesta mejor dicho.
Pero por más que se quiera,
no es posible salirse del mundo y sus límites.
Ni la pintura abstracta lo puede hacer.
Hasta un churrete de pintura al azar es figurativo.
Y por más que se quiera,
nada está más allá del mundo, del universo.
Todo, absolutamente todo se comprende dentro de Él.
Fuera no hay.
Siguiendo el caso de la pintura y para recurrir al absurdo,
siendo una representación del mundo no puede serlo literalmente,
qué sentido tiene una copia del mundo.
Para eso tenemos el propio mundo.
La pintura existe para hacer esa representación cifrada,
en el pequeño espacio de un cuadro.
La clave está en el punto de vista del pintor.
Si así no fuera, los pintores serían innecesarios.
Podrían sustituirse por máquina debidamente programadas.
Lo mismo puede decirse de las artes escénicas, el teatro y la danza,
que además de las implícitas limitaciones del libreto,
tienen las del tiempo y del espacio de un escenario.

Bueno, ya me fui por la tangente,
y mejor me centro en “Menos es más”
que es el motivo original de esta nota,
específicamente en el campo de lo literario.
Cuando se trata de literatura y particularmente la poesía,
éstas se escriben para que sean leídas,
y aspiran a incorporar, intelectual y emotivamente, al lector.
Ese es su fin y si no lo logran han fracasado y salen sobrando.
Y es por eso que el autor no debe darle el platillo completamente aderezado y servido al lector.
Tiene que lograr, y ahí esta la clave,
que el lector se incorpore
y haga propia la versión que surge de su personal lectura.
Puede decirse,
como ilustración de esta relación del lector con la obra que lee,
que cada lectura es (debe ser) una versión.
Y así es si la obra está lograda.
La autoría de la obra literaria no puede ser exclusiva del autor.
Literariamente no tendría sentido.
No sería literaria esa obra.
Decirlo todo es cercenar los múltiples significados,
las resonancias y las repercusiones significativas de la obra.
Por esas razones el autor literario,
y subrayadamente el poeta,
tiene que ser cauto con las palabras.
Hay que evitar la efusión.
Decir con la menor cantidad posible de palabras lo que se quiere comunicar.
Las lindas palabras y las lindas frases son tentaciones
y trampas que, frecuentemente,
llevan a pecar contra el texto.
Hay que darle vos al conjunto,
en lo que cuentan los silencios,
las pausas, los intersticios,
la sugerencia, la ambigüedad, etc.
Todos los recursos posibles, sin caer en excesos.
Lo más importante es, repito,
no decirlo todo expresamente porque se daña la criatura o no nace.
Es así que en literatura como en el arte “Menos es más”.