La Odisea de Homero es un libro muy hermoso.
En él se narran las dificultades y peligros que tuvo que afrontar Odiseo, errante a travez de lo que hoy es el mar Egeo y el Mediterráneo, durante diez largos años
de regreso a su reino de Ítaca, una pequeña isla en lo que ahora es el mar Jónico.
La famosa guerra de Troya había durado diez largos años también.
En Ítaca lo esperaban su reino, su paciente reina Penélope, su hijo Telémaco, que había dejado niño cuando se fue a la guerra, su padre Laertes y su perro Argos.
Los romanos llamaron Ulises a Odiseo y le agregaron el patronímico Laertiada.
Ulises Laertiada es el nombre más usado.
Conviene mencionar que en Ítaca la gente daba ya por muerto a Ulises y con razón, pues en total sumó 20 largos años de ausencia.
Y mientras tanto, Penélope era constantemente presionada por una multitud de pretendientes, que aspiraban a casarse con ella y hacerse así del trono de la isla.
Y la pobre Penélope, fiel esposa de su marido
y aferrada a la esperanza de su regreso, se las arreglaba con variados argumentos y estratagemas para prolongar la espera, y contener así la coerción de los pretendientes.
Era tal la presión que, habilidosa como su esposo, Penélope prometió por fin escoger pretendiente y casarse, cuando terminara de tejer el sudario que estaba haciendo para Laertes, su suegro.
Y así esta noble reina fiel, destejía en la noche lo que tejía en el día, para dar largas y ganar tiempo, hasta que por fin quiso el destino que Ulises regresara.

Habiéndome referido al amor de Ulises y Penelope que es tema de la Odisea, hora voy con el motivo poético de la guerra de Troya que se narra en La Ilíada, y que es la fuga de Elena, esposa de Menelao, hermano de Agamenón, rey de reyes, así llamado por haber sido el gran comandante de los griego en esa famosa guerra,
a la que concurrieron todos los reyes de los reinos de Grecia.
Resulta que Elena se fugó con Paris, hijo menor del Príamo, rey de Troya, quien andaba de gira por esos pueblos griegos.
Y fácilmente se enamoraron Él y Elena pues, según parece, Paris era muy apuesto y Menelao que va, en una tradición hasta lo llaman El Lelo.
Y la sangrienta y prolongada guerra de Troya, según la cuenta Homero, fue por ese motivo.
Llama la atención el hecho de que Elena se fuga de buena gana con Paris.
He leído por ahí que los griegos eran desaseados en comparación con los troyanos. Paris era además un muchacho apuesto y educado según parece.
Al final de la guerra los troyanos resultan derrotados, Troya totalmente arrasada, y Menelao recobra a su esposa con quien vuelve a la vida hogareña. Pobre Elena.

El otro caso famoso de estas leyendas es el de Clitemnestra, esposa de Agamenón.
Sucedía que la guerra de Troya se prolongaba y corrían rumores de que los griegos se hacían de concubinas, en aquellas lejanas tierras.
Y ocurrió que Clitemnestra se emparejó con Egisto, primo de Agamenón, su esposo.
Y fue así que cuando Agamenón regresa victorioso a su casa, diez años después de haberse ido a la guerra, Clitemnestra y Egisto se la tienen preparada y lo asesinan a traición.
Hay algunos antecedentes que cabe mencionar en este caso. Primeramente que Clitemnestra había estado casada antes de hacerlo con Agamenón.
Y que Agamenón asesinó a su esposo junto con una hija recién nacida.
Así eran las cosas en esos pueblos.
Y, según parece, Agamenón fue presionado por los hermanos de Clitemnestra para que se casara con ella.
Otro antecedente que cabe destacar es que Ifigenia, hija de Clitemnestra con Agamenón, su esposo, fue sacrificada a la diosa Artemisa, según la versión de Sófocles, para que esta diosa enviara buen tiempo y las tropas griegas pudieran zarpar hacia Troya, a la famosa guerra.
El sacrificio fue recomendado por un adivino y finalmente aprobado por Agamenón.
O sea, que si las cosas fueron así como dice esa versión, Clitemnestra tuvo muy buenas razones para asesinar a Agamenón, nada menos que la muerte de sus dos hijas y la de su primer esposo.

Pero como entre los clásicos griegos la tragedia es inagotable, resulta que Clitemnestra, junto con Egisto, fue asesinada por Orestes, su propio retoño, que lo era también de Agamenón.