Roderico Rodríguez, escritor costarricense

Amor de Joven, Amor de Viejo

Estar enamorado para mi
ya es un imposible.
No me refiero a gustar y hasta querer
a una mujer,
eso puede ser posible;
pero enamorado,
lo que se llama enamoraditito, no.
No dispongo de fuerzas
para dilapidar en semejante fijación.
Y no es que no pueda querer y gustar de una mujer, ya lo dije.
Pero una cosa es una cosa
y otra cosa es otra cosa.
El amor de joven es, a menudo,
un amor necesitado,
demandante, posesivo.
Un aleteo de la impericia,
la debilidad en el poder,
la necesidad de llenar un vacío,
lo que quedó faltando sin remedio.
El amor de viejo por su lado es desprendido,
sensualmente concentrado,
eso si.
Disfrutado centímetro a centímetro
por la geografía del cuerpo.
Gustativo, olfativo, táctil, auditivo.
Y si es del caso depravado.
Sin barreras, poseyéndolo todo.
Sin miserias, sin afanes más allá
del pleno disfrute.
De algo tienen que servir los años.