La memoria está hecha de olvido,
dice Borges con su habitual lucidez.
Y Dios guarde no fuera así. Qué sería de nosotros
si tuviéramos presente en el recuerdo
todo lo que vemos,
lo que oímos, lo que pensamos, lo que sentimos.
Estaríamos embotados, inutilizados
por la pesada aglomeración de recuerdos,
que de nada nos servirían.
La vida como la conocemos sería imposible.
Para efectos prácticos,
dividimos el tiempo en pasado, presente y futuro,
pero nosotros solo vivimos
en el tiempo instantáneo del presente.
Y desde ahí, desde ese pedestal que es el presente, oteamos el futuro y recordamos el pasado.
Es en el presente cuando experimentamos
el hecho de la vivencia.
Y desde el presente
nos proyectamos hacia adelante
y hacia atrás en el tiempo.
Solo el presente hay,
lo demás son recursos mnemotécnicos.
Pero claro, y por dicha que es así,
recordar y anhelar también es vivir.
Y esa es la solución
que nos permite abarcar, normalmente,
los tres estados del tiempo.
“ Funes el memorioso” es un cuento magistral de Borges, cuyo protagonista vive postrado en una cama,
a resultas de un golpe recibido al caerse de un caballo.
Y a Funes, por ese golpe,
se le prendió la memoria de tal modo,
que todo se le quedaba grabado, imborrable.
El recuerdo de la luz del sol
en cada instante del día
y de todos los días,
con sus reflejos, sus claroscuros.
El canto de un pájaro en toda su extensión,
cada sonido de ese canto de principio a fin.
El movimiento de una hoja,
y de todas las hojas,
de un árbol en toda su trayectoria,
mientras va y viene
a través de cada punto del espacio,
en su movimiento abanicado.
Y si por acaso el pobre Funes se ponía a leer,
su memoria se abarrotaba
con el recuerdo imborrable
de cada letra, de cada sílaba, de cada palabra.
Era pues como un atropello tener una entrevista presencial con Funes,
y me parece que Borges
lo entendió así cuando,
en el cuento, lo visita.
El pobre Ireneo Funes vivía postrado,
inútil en su cama, y así murió.
El mismo Borges dice que el cuento es una metáfora del insomnio.
Y es muy ilustrativo para comprender
el efecto benefactor del olvido, el sótano de la memoria,
como lo llama Borges.