En Esparta, donde nací,
viví el entusiasmo de la adolescencia
hasta comenzados mis 16 años.
Como cualquier muchacho de pueblo,
en la plaza, en el parque, en los montes, en los ríos.
Y me trajeron para San José como gran cosa.
Y entonces viví en la estreches,
ocupado en superar las limitaciones materiales.
Pasaron los años.
Y pasaron trabajosos, menesterosos.
El estudio en la U fue el camino para una vida mejor.
Pero viví apurado esos tiempos , atribulado.
Y los del ejercicio profesional ni se diga.
Abrumados, acelerados, casi como una guerra,
salvo por las ocasionales fiestecitas de la noche,
entre amigos y compañeros.
Todo muy inconscientemente.
Y muy rápido.
Tal vez sea porque lo veo en retrospectiva.
Por dicha me jubilé y mi ritmo vital cambió.
Me hice carpintero
y me apliqué a la construcción de mis pequeñas obras.
Un nuevo aliento, una nueva vida.
Y, de veras, viví esa etapa con entusiasmo
y sentido de aventura.
Mi vida anterior casi no la recuerdo,
o no quiero recordarla.
Da lo mismo.
Ahora estoy en la etapa final de mi existencia.
Dejándome vivir.