No recuerdo muy bien cómo fue que empecé a tratarla.
La conocía pero solo de vista.
Yo estaba de paso en Esparta por unos días; estaba sin trabajo.
Recuerdo que bailábamos abrazados,
como queriendo meternos
uno en el otro.
Me encantaba Xinia.
Era la primera vez en mi vida que experimentaba ese sentimiento de turbación.
Yo era entonces tan indefenso,
tan inepto.
No alcanzaba casi a decir palabra de la emoción.
Y el tiempo pasó como pasa el agua en su cauce.
No volví a verla, salvo una vez en Guadalupe, a distancia.
Estaba embarazada.
Y nunca, nunca más.