De veras que soy grafomaniaco.
Recuerdo cuando de niño,
que a las horas de café y comidas, nos juntábamos en la mesa familiar,
y mi padre iletrado se ponía a escribir
con su orgullosa pluma Easterbrook,
en las orillas del periódico.
Y esos recordados momentos familiares fueron para mi,
como una suerte de transmisión
del afán por la escritura
y en general por las letras.
Pero el cultivo de las letras propiamente,
viene después de mi jubilación.
Tengo que subrayar que mi vida laboral comenzó en la adolescencia y fue bastante atribulada.
Apenas me jubilé me apliqué a la carpintería,
mi padre y mi abuelo fueron carpinteros,
y a las letras, leer y escribir.
Y ahora, desde hace como seis años escribo con una frecuencia casi diaria mis pequeños escritos,
de modo que cuando pasan días
y no consigo escribir nada,
me invade un vacío que no exagero en llamar existencial.
Y es por semejante razón
que escribo esta nota,
para calentar el brazo,
no vaya a ser que se me entumezca.
