Roderico Rodríguez, escritor costarricense

Privilegio de la vida sencilla

Viví muchos años en función de visibles propósitos
casi siempre inmediatos.
Aunque agregados algunos de ellos, avizoraban el futuro.
El trabajo y los estudios son buenos ejemplos.
No me quejo de los resultados finales,
pero tengo que reconocer que,
por mi fácil propensión al estrés,
antes no estaba traducido el término y le llamábamos tensión nerviosa,
mi vida laboral fue a veces agobiante.
Me salvó la campana digo yo,
porque me jubilé.
Y esa oportunidad me abrió la ocasión de adoptar una vida más relajada y tranquila.
Me hice carpintero en mis propias pequeñas obras,
y eso fue como una revelación para mi,
pues la carpintería fue el oficio de mi abuelo paterno, y de mi padre en su tierna juventud,
quien después puso el taller de ebanistería y adicionalmente fue apicultor con varios colmenares,
cosa que le apasionaba y era un buen negocio.
Fue una dicha haber podido retirarme de la vida de burócrata y profesor.
Y fue una dicha también haber venido a la carpintería y la construcción.
De esto espero no retirarme nunca,
aunque son pequeñas obras las que hago,
y ahora mi participación se limita a dirigir y proveer materiales.

Lo más sobresaliente que me ha ocurrido en los últimos años es,
que he podido dedicar lo mejor de mi tiempo a leer, y a escribir cuando me cae la peseta.

Resumidamente, eso ha sido y es el quehacer de mi vida adulta.
Creo que soy un privilegiado
teniendo la sencilla vida que llevo ahora.
Y aunque a veces me anega el desánimo,
quisiera vivir la vida que vivo,
tal como la vivo,
por el tiempo que me resta de vida.
Ojalá que así sea.
Reconozco, eso sí,
mi incapacidad de no haber podido construir una vida familiar normal,
pero a estas alturas de mi edad, ese es ya un hecho consolidado.
Por lo demás, me gustaría pegar los chances pero,
siendo que es tan poco probable,
en mi caso es imposible
pues casi nunca juego.