El destino es impredecible y nebuloso.
Se va marcando en nuestros actos y se despliega,
poco a poco, contradictorio o lúcido, pero inexorable al fin.
Y sólo en retrospectiva lo vemos en claro.
No es que esté previamente tallado en bajo relieve, quién sabe,
pero cada paso que damos es cifra de nuestro destino.
Somos un envoltorio de instintos y creencias, recibidos mayormente en el vientre materno y la tierna niñez.
Y es así que la humanidad va por este mundo,
llevando involuntaria
el nebuloso fardo de lo inconsciente.
Y luchando consigo para ver claro
a travez de la mirilla del individuo.
Es inimaginable lo que sería este mundo,
si naciéramos con la mente en blanco.
Y nos fuéramos formando durante la vida consciente.
Lo primero que se me ocurre, es que el destino estaría claramente en nuestras manos.
Un buen ejercicio, me parece, para la ciencia ficción.