Muy frecuentemente,
más de lo deseable,
hay gentes ( Bukowski incluido )
que hablan del alma y del cuerpo
como si fueran cosas ( entidades) separadas.
El alma, esa palabra es antiquísima,
de tiempos en que la explicación del mundo y sus fenómenos ( una luna llena, una lluvia de estrellas, un cometa, un terremoto ),
era puramente fantástica. Bailes, hogueras, ceremonias, sacrificios.
Aristóteles le dedica un tratado completo.
Y curiosamente hoy,
cuando la ciencia tiene la palabra, seguimos igual.
Hablando de una tal alma que llevamos junto al cuerpo,
y que es parte esencial nuestra.
Y que tiene vida propia.
Y que va más allá de nuestra vida
y se queda deambulando, quién sabe por dónde,
cuando ya nos hemos ido
de este mundo.
Es absurdo.
Es hora de ver las cosas con claridad y razón.
Hay que abandonar las viejas absurdas creencias.
El alma, si existiera, no es más que el sedimento que queda
y llevamos con nosotros,
de la vida vivida. Históricamente, filogenéticamente.
No es posible, no es razonable, no es aceptable,
que las almas de los muertos deambulen por ahí,
como niño sin mamá.
Y lo que es más inaceptable, es que haya tanta gente que así lo crea.
Personalmente creo que eso ocurre, más que nada, por mala fe, por miedo, por la salvación (?), esa falsa moneda de curso tan corriente.
Adónde ojos humanos habrán visto cosa igual.
Y el entendimiento, menos aún. Recalco, la existencia del alma es una pura mala fe,
en el sentido sartriano.
Un escapismo.
Un puro miedo.
Una pura ficción.