Padecemos la ingrata curiosidad,
de ser desconocidos
incluso para nosotros mismos. Es una realidad tan evidente
que se nubla su comprensión.
De veras que es dramática nuestra condición,
un hecho inconmovible que no se cuestiona.
Esa situación de nuestra vida nos remite al niño que fuimos,
inconsciente y no culturizado.
Y también a la vida prenatal
en el vientre materno,
gruta de ruidos y sobresaltos.
Los niños viven un presente perenne
frente a la realidad natural
y cultural que los rodea,
y son inconscientes
y por supuesto ignorantes
de esa realidad binomial
en que se desenvuelven.
Con el tiempo van conociendo el mundo y, particularmente,
van civilizándose mediante
la adquisición de bagaje cultural.
La trashumancia fue
condición central en la vida
del Homo Sapiens primitivo,
y fue la causa de que su nacimiento viniera a ser anticipado,
para aliviar de carga a la madre.
El desplazamiento por el territorio era entonces, condición inseparable de la vida.
Somos desconocidos incluso para nosotros mismo,
terreno fértil de historias fantásticas y leyendas.
No hay, que yo sepa,
procesos educativos que exploren y trabajen esa región primaria de la vida
desde esta perspectiva.
Emprendemos el viaje de nuestra vida
llevados de la mano de madre y padre, de la escuela,
los mayores,
todos preocupados por el futuro.
Pero el viaje hacia el pasado personal,
rumbo hacia las oscuras tinieblas de nosotros mismos, de donde vienen las claves primarias de lo que somos,
es asunto de cada quien,
y un vivo hervidero inagotable de signos, sorpresas y confusiones.
Y si te ofrecen la mano
en este viaje retrospectivo,
por amable y generosa que sea,
es la mano de otro que también
es desconocido para sí.
Esta es la situación cotidiana del ser humano.
Será realidad o mera ficción.