Hasta el próximo derrumbe.
Abro el periódico y lo primero que veo es otro derrumbe, uno más en la ruta 27, y ese hecho me lleva a recordar cuando era niño, hace ya tantos años, y mi hermano y yo hicimos un cajón con ruedas de madera que, en nuestra imaginación, era un carro. Las ruedas delanteras giraban a izquierda y derecha, como en un carro de verdad, gobernadas por una rueda de madera pegada al timón, frente a la tabla que servía de asiento al conductor. Uno de los dos, alternativamente mi hermano o yo, se sentaba al volante mientras el otro empujaba con toda su fuerza. La idea era conseguir la sensación de ir manejando un carro que doblara en las encrucijadas de aquel patio umbrío y lleno de senderos. Era lindo ir manejando aquel cajón que, repito, en nuestra imaginación fantástica de niños, era un carro. Y para que fuera más como un carro de verdad, le pusimos un freno consistente en una estaca de madera que el conductor, con su pie derecho, accionaba cuando el vehículo iba a la mayor velocidad posible, y lo paraba en seco. La estaca de madera se clavaba en el suelo de tierra, y el carrito se encabritaba y en el acto se detenía. Y todo muy bien, pero el resultado de esa operación de frenado repentino era que el freno se quebraba, siempre se quebraba. Y mi hermano y yo, otra vez a cambiar la pieza y va de nuevo. Alguna vez pensamos en adaptar una pieza de hierro como freno para que no se quebrara, pero eso en aquellos tiempos era difícil. De modo que obstinados por fin, dejamos el cajón tirado por ahí en el fondo del patio.
Cuento este cuento ahora que, una vez más, hubo un derrumbe en el Zurquí y está cerrada la carretera al paso de vehículos. Ya está la maquinaria removiendo el escombro, y hoy mismo en la tarde se abrirá nuevamente la ruta, hasta el próximo derrumbe.