La noche nítida.
La otra noche como a las diez, estaba tratando de conciliar el sueño en mi cabaña de Lomalta, cuando oí un tropel de gente que venía acercándose por el camino, hablando a grandes voces. En la confusión distinguí la voz atiplada de un amigo y me pareció que discutían de algo acaloradamente. Sorprendido me senté en la cama y esperé los acontecimientos. Curio-
samente el alboroto se apagó de pronto y sobrevino un silencio total.
Al rato, me dicen con premura del otro lado de la puerta: “Roderico, soy yo Danny, ábrame por favor, después le explico”. Entonces pregunté: “?Quienes más vienen con usted?”. Y se hizo el silencio nuevamente, rotundo y prolongado. Insistí: “Danny”, y mi voz resonó en el vacío. Todo era silencio en la cabaña de Lomalta. Afuera no se oía nada, ni un movimiento, ni un suspiro, ni una voz. La noche nítida lo envolvía todo. Me quedé inmóvil. No se cuanto tiempo pasó. Luego me deslicé en cuclillas hasta el rincón de la puerta, atento al más mínimo detalle, tenso a punto de saltar. Escudriñé en el silencio con atención concentrada. Llegué a sentir que la cabaña flotaba silenciosa en el infinito vacío del espacio. Esperé un rato más y no se oía ni sucedía nada que diera, cuando menos, un indicio de lo que pudiera estar ocurriendo fuera. Sabía que tenía que hacer algo, no podía descartar nada, debía prepararme para todo. Dejé transcurrir otro rato que se me hizo interminable y, sorpresivamente, abrí la puerta y desemboqué. Me topé de cara con el cielo cóncavo estrellado y a mis pies, el vacío sin fondo.