Las palabras son emanadas de nuestro cuerpo,
y ruedan con el uso
por el río del tiempo.
Y como las piedras de ese río en que fluye agua primordial, se van puliendo y transformando.
Son humildes y jugosas
como las naranjas del naranjero.
No son artificios superfluos, sino que están enraizadas
en nuestra carne,
como la respiración, la vos,
un gesto más de nuestro cuerpo.
Ellas nos sirven
para comunicarnos entre nosotros,
y para nombrar al mundo
y al nombrarlo,
tomar distancia de él, escindirnos, separarnos.
Los animales y todo lo demás, nuestros compañero de viaje, son parte del paisaje, pasibles,
ensimismadas en su propio ser.
Nosotros en cambio,
somos activos espectadores, tomamos distancia
del espectáculo del mundo, nos desdoblamos
y nos apropiamos de él.
Somos espectadores de nosotros mismos.
Doy gracias a las humildes palabras.