La tierna luz del día se asoma por la ventana. Es hora de levantarse y comenzar el día. Primeramente la rutina de ejercicios y el desayuno. Después a seguir con la relectura de Tomás de Quince. Y después la vorágine del día inevitable marcará la ruta de mis pasos. Y mientras, a lomos del instante, atento al menor chispazo que alumbre el tema, para escribir mis pequeños escritos y así, ingenuamente sentir que me realizo.
Mi posición en el tiempo y el espacio es única y exclusiva en el universo. Y desde esa mínima parcela aspiro a decir, con el afán de interesar y agradar al lector.
Eso intento. No sé si lo logro.