Otilio era un embustero incorregible. Quién sabe cómo fue que llegó en su vida a ser así. Lo cierto es que mentía como su forma verdadera de ser. Mentía y gesticulaba sincero para hacerse creer.
Pero en la oficina lo conocíamos y más bien se prestaba a broma su manera de ser veraz. Y resulta que un día vino en que Otilio se enfermó de veras. Y pasaron los días y no regresaba a la oficina cuando, al cabo de las semanas, mandó pedir que fuéramos algunos compañeros a su casa para decirnos algo. Y nos fuimos a su casa, prevenidos como estábamos de los embustes de Otilio.
Cuando llegamos, desde su cama de enfermo nos saludó con gesto irrefutable de moribundo. Y seguidamente dobló su cabeza, experimentó un estertor en todo su cuerpo y murió. Eso vimos, eso nos pareció, pero conociendo como conocíamos a Otilio, pensamos que podía estar actuando, y tuvo que pasar algún rato y darse la presencia de su afligida esposa, para que nos convenciéramos de que, en efecto, Otilio había muerto.
Su actuación fue convincente, como siempre lo había sido, pero esta vez sí que era de verdad.