Recuerdo antes al despertar por las mañanas y con la misma al baño, a la mesa del desayuno y a las ajetreadas calles de la ciudad rumbo al trabajo.
Así pasaron los años, por dicha con el entusiasmo natural que da la juventud.
Fue una vida entera, plena de vicisitudes, preocupación y alegría juvenil.
Después vino el retiro de la vida profesional, un parteaguas.
Y después de un breve paréntesis se inició la segunda fase de mi vida familiar y laboral.
Y vino la carpintería como una revelación, la construcción o el bricolaje si se quiere, y la vida del campo.
Y ha sido también una vida entera, plena de entusiasmo y aprendizaje y sin duda, una feliz conexión con mi origen, pues nací y crecí en un taller de ebanistería, hijo de padre carpintero, ebanista y apicultor.
Siento íntimamente que esta etapa de mi vida de artesano ha sido una redención para mí, y estoy satisfecho y agradecido con la vida por ello.
Ahora me dedico básicamente a leer, a escribir y a vivir.
Aunque también atiendo la construcción, contrato, superviso y compro y proveo los materiales.
Hace poco me encargué de la última fase de construcción del último de los apartamentos de Vargas Araya en Montes de Oca.
Y quedó cachete como se dice y con la misma se alquiló.
Y ahora mismo estoy terminando mi casa en Orotina, en el mismo lote que tiene la suya mi hija Lucía.
Pero debo decir que la mayor parte de mi tiempo lo dedico a leer, y a escribir cuando se me da el tema; en esto soy como un tigre al acecho, atento al menor chispazo que alumbre el asunto, la primer frase por ejemplo y, con la misma, procedo a escribir, dejo lo que esté haciendo y me aplico, esté donde esté ( el celular es una de las maravillas del mundo de hoy).
Así es que en esas estoy, por ahí voy en el avatar de mi vida, siendo que ahora he llegado, pienso yo, al último trayecto.
Estoy aceptablemente saludable y espero vivir en paz esta última fase de mi biografía.
A lo largo de los años he cometido muchos errores y algunos aciertos.
Y son estos últimos precisamente, los que ahora me sirven como boyas de flotación en la vida, que es como un mar proceloso con relucientes costas donde llegar.
Tengo la intuición de que he llegado a mi destino, y lo que me queda es seguir viviendo hasta el último suspiro.