Acuñado en días el tiempo transcurre continuamente, no se detiene.
Así es el viaje de nuestra vida, día con día, momento a momento.
Es incesante.
Hasta que por fin, nuestro cuerpo, que es como decir la nave de nuestra existencia, se agota, se avería, y termina nuestro viaje por la vida.
Ahí quedamos, físicamente hechos polvo.
Y los acontecimientos de nuestro paso por el mundo, en la memoria de los que nos sobreviven, durante un plazo, porque con el tiempo, todo es anegado por el olvido.
Y qué curioso, irónico más bien, eso que por fin nos ocurre, sabemos bien que sucede y va a suceder, y no tenemos más opción que vivir para confirmarlo.
Y escribir sobre ello, y pensar, y llorar y hasta reírnos.
No hay alternativas.
Es inmutable.