Aquí estoy, dando vueltas y revueltas en mi mente, tratando de dar con algún tema para componer algún texto, por insignificante que sea no importa, mientras tenga el hálito de la creación literaria.
Me encanta escribir, es una forma de ser yo de la mejor manera en que puedo ser.
Si, así es, existencialmente determinativo en mí.
Pero no es tan fácil, no es cuestión de soplar y hacer botellas como diría mi madre. Y es que no se trata solamente de dar con el tema, sino que que éste tiene que surgir implícito en un estremecimiento emocional.
El tema y la emoción creativa constituyen un único aliento en literatura como en cualquier arte.
Y no se pueden suscitar al antojo, como si fuera el producto de una operación meramente artesanal.
Tiene que haber un mar de fondo emotivo.
No es un simple asunto de taller de letras y palabras pues, por más dóciles y a mano que éstas estén, las emociones no pueden surgir como de una operación fabril.
El abecedario y las palabras están ahí, inertes, en el panteón del lenguaje.
Pero hay que animarlas con espíritu creativo para darles vida y ponerlas a decir en un texto.
Y es ahí donde está el escollo, el muro que demanda el mágico “Ábrete Sésamo” para poder entrar.
De modo que tendré que seguir al descampado en esta sequía literaria, aunque así mengüe mi ilusión por la vida.