Yo soy el otro.
- En el segundo aire de mi vida he venido a ser carpintero y estoy muy agradecido por ello; es lo que hubiera querido ser toda mi vida, que la viví confinado en aulas y en anónimas oficinas públicas. He descubierto que el trabajo concreto de la construcción me gusta tanto, que he desarrollado una curiosa obsesión monomaníaca en torno a las cosas que hago. Ahora, pongamos por caso, después de la jornada del día, por las tardes regreso al chalet que estoy haciendo en el lote de fuera, y me paso las horas viendo el avance diario y previendo y desmenuzando las tareas que siguen. Me dan las altas horas de la noche ideando soluciones, tomando medidas, haciendo anotaciones. Y aún así, al día siguiente temprano no más, estoy de vuelta y me pongo a sopesar, verificar y contrastar ideas, ocurrencias, sueños, entresueños; porque no hay distingo entre sueño y vigilia desde que vivo este frenesí. En ocasiones, a través de la ventana, mi imaginación vuela hasta mi cabaña de Lomalta, y hago luengos y pormenorizados repasos de las pequeñas obras en marcha. Y todo esto no me disgusta por dicha, diría más bien que me entretiene y me sirve como alivio porque mi temperamento es inquieto. De otra manera, en la inmovilidad del ocio mi vida sería intolerable, fatigando los pasillos de la casa, entrando y saliendo de las habitaciones, del taller; abriendo y cerrando los armarios, recogiendo cosas, acomodando, yendo y viniendo por toda la casa como un alma en pena, mascullando, deseoso de que llegue
la noche para tenderme sin ilusión cansado a dormir. Y sucede también que en esas vigilias de ensueño y contemplación, mi espíritu se extrovierte hasta el extremo de que se escapa de mí, me abandona y cuando decido regresar a la casa, se queda en el chalet, deambulando solitario. Desde hace varías noches permanece ahí empecinado. He visto su sombra tambaleante y he podido escuchar sus pasos apagados sobre las tablas del entrepiso. Y ocurre que este desahucio voluntario de mi espíritu me altera el sueño, me prolonga la vigilia y entonces escribo estas cosas. La otra madrugada, de insomnio como suelen ser mis madrugadas en estas condiciones, me levanté y me fui resueltamente a la construcción en busca de mi espíritu. Subiendo las gradas me lo topé de frente, me saludó indiferente y evasivo y, sin disimulo alguno se fue, desapareció, como si no me conociera, o me hubiese olvidado o abandonado para siempre. Desde entonces no se nada de él, estoy acongojado y no atino a saber qué hacer.
Mientras tanto vivo incompleto, en continúa búsqueda de mi espíritu y no puedo hacer una vida normal. Más aún, puedo decir que en estas condiciones yo no soy yo, sino que soy el otro tratando de ser yo.