Quién soy es una pregunta que se hace uno con frecuencia, sin llegar a tener una respuesta enteramente satisfactoria.
Y es que el ser es una entidad viajera en el tiempo y el espacio, es móvil, esta viva y se desplaza.
En su evolución viene desde el primer homo que apareció sobre el planeta tierra, hace como 3 millones de años.
Y si a esto agregamos que la vida prenatal y del niño puberto, suceden en medio de la nebulosa de la inconsciencia,
el autoconocimiento del individuo viene a ser insondable, prácticamente imposible.
La psicología convencional da por hecho que ello es posible, pero eso es una quimera.
Generalmente vivimos la vida en busca de nosotros mismos, tropezando una y otra vez, en una piedra tras otra.
El mundo se complica cada vez más y la identidad de las personas se diluye y se pierde en las multitudes.
El individuo debe ser la base, el epicentro de la vida social, la relación dialéctica entre individuo y sociedad.
Lo que procede es, y en esto me fundamento en Sartre y en Foucault, que cada quien asuma la tarea de la construcción de su propio ser y respete sus principios y, desde luego, asuma las consecuencia que de ello se deriva.
Hay que desmontar, en gran medida, la construcción ideológica de valores en que fundamos nuestra vida cotidiana.
La vida familiar tradicional mete ruido y distorsión en la formación individual, y es frecuente que vivamos el espejismo de creer que somos quienes no somos.
No engañar ni engañarse es el primer paso en la construcción de nuestra personalidad.
El reto de cada quien es asumir la formación auténtica de su propio ser, esa es, si se quiere, la fascinante aventura que tiene por delante el individuo en este mundo.