Cuando despierto por las mañanas lo primero que se me ocurre es escribir algunas palabras.
No siempre lo consigo, porque no solo es cuestioón de querer escribir unas palabras, sino que, y eso con anterioridad, o cuando menos simultáneamente, al querer escribir hay que tener algo que decir y que se quiere escribir. Escribir por escribir es un acto de mecánica manual, hay monitos que lo saben hacer.
Y bien, yo también soy un mono, pero de la rama de los homos, específicamente un Homo Sapiens, y cuando escribo es para comunicar un algo que siento y quiero compartir.
De modo que las palabras escritas no sean nada más que pequeñas figuras en el blanco espacio, sino gráficos henchidos de significado y sobre todo, de sensación.
En esa pretensión, las palabras vienen a ser, tienen que serlo, una viva extensión del cuerpo humano, la más elaborada, la última y más refinada expresión cognitiva del Homo Sapien.
Y qué cosa, tan espontáneamente que lo hacemos, sin percatarnos siquiera de semejante prodigio. Y eso pasa con nosotros los Homo Sapiens, que somos capaces de pensar e incluso, y esto es pura magia antropológica, de pensarnos a nosotros mismos. De vernos y tratarnos como si fuera el otro, mediante una acrobacia ontológica que es propia, exclusivamente, de nosotros los humanos.
Es increíble, parece cosa de magia de ocultación pero es así, la pura realidad.
Somos nosotros, y a la vez, somos los demás.
Por más evidente y conocida que sea esta condición nuestra, es un misterio a plena vista que no terminamos de comprender.
Y eso que es una realidad que se hace patente a cada rato, y la tenemos por plenamente natural, siendo que es tan extraordinaria.
Cosas veredes Sancho amigo.