Es difícil pensarlo y sentirlo
y encima tener que aceptarlo
como la cosa màs natural del mundo.
Sin alarma, sin pena,
sin nada ni nadie a quien recurrir,
y ante el hecho inminente
de parecer un necio si se menciona el asunto.
Si fuera un presidiario convicto a la pena de muerte,
con toda certeza sería objeto de comentarios entre la gente,
y mi nombre saldría en titulares destacados en los medios de comunicación.
Y habría quienes a favor y quienes en contra.
Pero no, nada de eso,
me toca recorrer solitario
y callado,
el último callejón de mi vida
que lleva directo a la muerte…
