Roderico Rodríguez, escritor costarricense

Menguante de Luna con Pleamar

Menguante de Luna con pleamar.

En mi recordada Lomalta, desde donde podía ver la espumosa línea blanca de las olas en el mar y, por las noches, contemplar la migración de las estrellas en el firmamento, tuve la dichosa experiencia de cultivar árboles maderables, mayormente laurel del pacifico, guachipelín amarillo, roble sabana y cedro amargo. Y tuve también la oportunidad de voltear algunos y aserrarlos para el uso doméstico de mis pequeñas obras de carpintería.
El laurel, el guachipelín amarillo y el roble sabana se pueden maderear con doce o quince años de desarrollo y aún antes. El cedro requiere por lo menos treinta años, me han dicho, para madurar; si se voltea antes de tiempo las tablas que se obtienen se enconchan, aunque se pongan a secar correctamente bajo techo y con reglillas separadoras entre tabla y tabla. Pero hay además un cuidado fundamental que debe tenerse a la hora de maderear, para que la madera extraída sea de buena calidad. Se trata del día y la hora en que se deben voltear los árboles, de modo que sea en menguante de luna con pleamar. Y esto debe respetarse cuidadosamente, porque cuando es menguante de luna los árboles tienen menos líquido en su cuerpo. Y el punto culminante de esa condición es cuando la mar está llena. Si por ignorancia o comodidad se irrespeta esta condición y se voltea en creciente y con marea baja, la madera que se obtiene está lechosa y, finalmente, se la come el comején.

Un buen ejemplo que, a contrario sensu, ilustra bien lo expuesto anteriormente es el caso del jugo azucarado que se extrae del tallo de las robustas palmeras de coyol, el caldo lechoso que llamamos vino. Estas palmeras tienen el tallo lleno de negras espinas puntiagudas y su fruto es el coyol en racimos. Ese duro coyolillo tiene una pulpa comestible que lo envuelve y que le encanta a las vacas. Y lo comen rumiando perezosas, echadas bajo la sombra benefactora de la mata, en esos climas hirvientes del litoral Pacífico donde se cultivan, por generación espontánea, en los potreros. Digo a contrario sensu porque, para extraer ese néctar, la voltea tiene que hacerse en verano, pero en el momento antípoda que corresponde a la madera: creciente de luna en el cielo con marea baja en el mar. Ese es el momento en que el fuste de la mata va a estar más henchido de savia para obtener, por goteo, en una intrincada operación que se extiende por días, según el tamaño y el punto de maduración de la palmera, el delicioso néctar lechoso que llamamos vino de coyol.

De esta espinosa palmera también puede obtenerse el más delicioso de los palmitos conocidos en nuestro país. Esa tierna y deliciosa fibra blanca se aloja en el corazón del tallo de la palmera, en su parte superior. Y para obtenerlo en su más exquisita condición, hay que voltear la mata en verano, siguiendo las mismas condiciones que para la madera: menguante de luna con pleamar. De lo contrario, el palmito será húmedo e insípido.

Todos estos escrúpulos se tienen en el campo, donde el campesino vive atento a la lluvia y al sol, y a los ciclos de la luna en el cielo y de la marea en el mar.