Está científicamente verificado
que la vida es ciega,
y que su único sentido es
la perduración de la vida misma.
Eso vale para la vida en todas sus manifestaciones.
Incluidos nosotros los bichos humanos que,
por ese vacío de origen,
nos vemos ante la maravillosa aventura existencial,
de darle significado a la vida
con nuestros propios actos.
Lamentablemente las grandes mayorías viven una vida insulsa,
buscando en la religión
un supuesto sentido previo,
que viene de origen con la vida misma.
Pretender que nuestra vida tiene un fin prefijado,
es quitarle toda gracia a la vida
y reducirla al modo robótico.