No es fácil este oficio de la poesía pero, hay que ser agradecido con el numen de la inspiración.
El poeta es un bicho raro que tiene que vivir su vida reconcentrado en lo suyo, esté donde esté, a despecho de lo demás que lo descarrila de su asunto.
Y no es que el poeta se detiene, se aparta del mundo y busca la inspiración aislado del mundo, sino que el quehacer literario de la poesía es un proceso vital continuo, inmerso en la vida misma.
El poeta tiene que vivir en estado de vigilia permanente para dar con el santo y seña que le depara, digamos, el verso de arranque o el cierre de una composición.
Y luego es cuestión de trabajo, escribir corregir y dar la forma deseada.
Es como si el poeta en trance recibiera un dictado que tiene que poner por escrito.
La criatura puede salir de una vez y es una dicha cuando sucede.
Pero lo más frecuente es que haya trabajo de por medio.
La vida del poeta es orbicular, desde y hacia la poesía.
Esto no quiere decir que no esté constantemente requerido por ocupaciones ajenas, por lo común relacionadas con la operación frijoles, lo mismo que el común de la gente.
Es una vaina pero hay que lidiar con ello y seguir adelante.
La vida es un coctel de quehaceres y no hay otra.
El ejercicio de la poesía es un apostolado que compromete la vida, es de consumo minoritario y no hay paga.