Y los que no, que no.
Me gusta escribir. También me gusta leer. Pero cuando tengo alguna idea para escribir, dejo lo que estoy haciendo, incluso si estoy leyendo, y me pongo a escribir en mi maravilloso iPhone celular. En otro tiempo tendría que haberme levantado de la hamaca, donde estoy ahora, y encaminarme a la mesa donde estaba la máquina de escribir, sacar una hoja de papel bond de la gaveta, ponerla en el carrete y después, hasta después, ponerme a escribir lo que iba a escribir. Y cuando entonces, era perfectamente posible que ocurriera, y así ocurría a menudo, que se me hubiera olvidado lo que iba a escribir.
Hay que tener en cuenta que lo que suelo escribir son pequeños textos que aspiran desfallecientes a la poesía. No es que esté trabajando en algún largo y prolongado texto que debo continuar por enviones, una novela digamos o algo así.
Como decía al inicio me gusta escribir. Y lo cierto es que siempre me ha gustado. Pero antes, cuando no habían celulares y se me ocurría algo para escribir, no tenía más opción que esperar el momento en que estuviera en la oficina o en la casa, donde disponía de máquina de escribir. Lo que si aprendí a hacer con el tiempo fue a tomar notas en una libreta de bolsillo, para mantener asegurado el tema y los grandes rasgos de su desarrollo. Los tiempos de ahora me encantan, en gran medida, por teléfono celular que ando siempre en el bolsillo de la camisa. Y así, cuando tengo alguna ocurrencia como esta misma que estoy desenvolviendo ahora en la carátula del móvil, pues me pongo a escribir inmediatamente.
Y no es que los textos que escribo sean importantes o tengan alguna razón por la que deban ser escritos. No es así, bien lo sé, son del todo prescindibles. Pero eso lo son, o pueden serlo, para los demás no para mí, que después de haber vivido prácticamente mi vida entera, ahora ocupo mi tiempo, básicamente, en leer y escribir. Ambos verbos son sinónimos de vivir para mi, particularmente escribir, que involucra más operaciones de mi mente y mis manos. Y que disculpen mis gazapos los que tienen la generosidad de leer mis pequeños textos. Y los que no, que no.