El alba está ya
recostada en la ventana.
Lista para entrar y abarcarlo todo
con su luz cenicienta.
Me toca despabilarme
y emprender la jornada.
Es lo mismo cada día.
Le imprimo sentido a mis actos,
o, comodón, me dejo ir
por el resbaladero de la rutina.
La vida no tiene sentido,
salvo el que uno le imprima
con sus actos.