Roderico Rodríguez Poeta de Costa Rica

Historia de una muerte

Hace tiempo ya que murió.
Solíamos hablar largos ratos por teléfono,
y a veces lo visitaba yo donde vivía, confinado al margen del mundo, anacoreta.
Era una buena persona mi amigo,
y un artista con exquisito gusto.
Había recogido y alistado materiales
durante años:
cajas de cartón abiertas y estibadas,
cabos de caña de bambú delgado, verde, de 2 metros y más de largo,
finas láminas de aluminio de latas de cerveza extendidas y estibadas por miles.
Y así, otros adláteres.
Tenía la casa, incluído el cieloraso,
lleno de materiales listos,
para ponerse a trabajar.

Y resulta que el tiempo pasaba y pasaba,
y mi querido amigo tenía muy claras las ideas,
pero no atinaba qué ponerse a hacer,
por dónde comenzar.
Había que convertir esos materiales en obras, arte y artesanía.
Sabía lúcidamente que había llegado el momento.
Pero no, mi buen y talentoso amigo
no pudo resolver el nudo existencial que le impedía dar el primer paso.
Y en abandono se dejó morir.