En el puro principio fue la acción.
Sola y desnuda.
Sin el verbo-palabra
que la nombra y replica.
Más adelante, con la semilla de la civilización que brotó en la barbarie, germinó también la palabra.
El verbo es el nombre,
la réplica verbal del acto.
Y vinieron las demás palabras.
El camino ciego de los hechos va marcando el paso.
Las palabras germinan en el cieno de la acción, fundidas con los actos y las cosas.
Su misión es replicarlos
y ser su doble verbal.
Así llegamos a tener ese formidable binomio del mundo y la palabra que lo dice.
Motor híbrido de la civilización.
Es tal la vitalidad de las palabras que hasta construimos mundos enteros con ellas.
Pero hay que decirlas, escribirlas, darles vida.
En el mundo de la cultura no se puede prescindir del hacedor.
Pero eso sí,
cuanto menos intervenga mejor.