Han pasado los años,
vertiginosos ahora que lo veo
en retrospectiva.
No alcanzo a comprender cómo pasa el tiempo tan rápido
y se va la vida.
Recuerdo que antes, cuando era joven,
pasaba tan ocupado que no tenia tiempo casi
ni para estar con la familia.
Me absorbían los compromisos laborales y el estudio, y tengo que decirlo,
mi fácil disposición entonces,
a la fiesta y los amigos y amigas.
A lo hecho pecho,
como dice sabiamente el giro popular,
porque después hay que enfrentar las consecuencias,
que viéndolo bien,
son parte constitutiva de los hechos,
aunque, ingenuo que es uno, parezcan cosas aisladas entre sí.
Similar al caso de esas partículas subatómicas en la física cuántica, cuya correlación sigue
vigente aunque se separen en el espacio por grandes distancias.
De algo sirven los años, decía mi madre iletrada,
lástima que tengan que transcurrir para aprenderlo, al menos en mi caso.
Hago la precisión para no ser injusto con los demás.
Pasaron los años, las diversas etapas de mi vida,
y ahora estoy aquí,
trepado a fuer de tiempo en la cumbre de mi edad,
repasando las vivencias del camino,
apenado y agradecido.
Hoy día, amén de mis quehaceres de la casa,
me aplico a leer y escribir,
para espantar los fantasmas que
pululan en mi mente.
A mis lectores, si es que puedo nombrarlos así,
les agradezco su paciencia y generosidad,
porque me brindan un estímulo invaluable para escribir,
y poder así darle sentido a los años seniles de mi vida.
