Los viejos dolores que se arrastran por la vida,
son como dormidas fieras al acecho.
De un pronto a otro saltan
al presente sin clemencia.
Están atentos al momento propicio
y es imprevisible su embestida.
Duelen como el primer día
y hay que esperar, de nuevo,
a que sane la herida abierta que supura.
Así se vive el dolor y se revive,
como la primera vez.