Tengo varios días de no escribir porque no se me ocurre nada para hacerlo.
Y es que me he desentendido del afán de escribir y el resultado es ese, que no escribo.
Y es que ambos hechos, el leitmotiv y su ejecución, están íntimamente vinculados, orgánicamente mejor dicho, en relación de causa efecto.
Para escribir textos literarios, que es a lo que aspiran mis modestos escritos, es necesario predisponer el ánimo y estar a la caza del tema para escribir.
Claro que además de la intuición para alcanzar el tema, se requiere la voluntad de ponerse a escribir.
De lo contrario el tema se confunde y se pierde en la memoria, y lo que sobreviene es una frustración.
Son dos aspectos de un mismo asunto, concepción y ejecución, no se pueden separar, son siameses.
Se trata de mantener una vigilia permanente a la caza de tema o asunto, y eso supone todo un condicionamiento personal que repercute en la forma de vida.
Y francamente, cuando me quedo literariamente apagado, siento que mi vida pierde interés; las horas pasan y pasan monótonas, salvo por la lectura, cuyo nivel de satisfacción mengua, porque la emoción literaria disminuye.
Hablo de mi caso particular, que no es representativo de la generalidad, porque no es común que la gente escriba por el gusto de escribir, por más preparación y sensibilidad que posean.
Y la causa es, precisamente, esa vigilia que demanda la tarea de escribir, particularmente tratándose de poesía y literatura.
De manera que en este oficio o afición de escribir, se requiere constancia, un ritmo preestablecido para propiciar lo que llamamos inspiración o, lo que es lo mismo, la visita de las musas.
Si no es así es muy fácil caer en el olvido y desacostumbrarse.
Esto que pasa al escritor, me mortifica decirme así, porque no soy más que un mero aficionado con disciplina, pasa también a los pintores, músicos y artistas en general, y similarmente a los futbolistas, tenistas, billaristas y demás deportistas, “mutatis mutandis”.