El panadero hace el pan
y lo vende,
con la intención de ganar
el dinero que necesita
para la subsistencia.
No es por altruismo ascético
de dar por dar.
Y es así que funciona el mercado en la economía,
o mejor dicho,
como debería funcionar.
Debe regirse por la competencia y el afán de obtener ganancia,
y orientarse libremente hacia la satisfacción de necesidades.
En el mercado concurren productores y consumidores,
cada quien en procura de su bienestar.
El resultado es la satisfacción del interés de los concurrentes.
Teóricamente Adam Smith tiene razón;
el interés particular,
que podemos llamar peyorativamente egoísmo,
en libre concurrencia,
es lo que debe regir a la economía.
Lo que da al traste
con esa genuina fórmula
es la acumulación,
la competencia desleal,
el monopolio,
y otras formas disfuncionales, que pervierten
el libre accionar de la producción y venta de los productos.
La corrupción de la economía distorsiona el mercado,
en favor de los que más tienen.
Y ese, a grandes rasgos,
es el mundo en que vivimos.
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