Veo a mi perro Ben que pasa allá, tranquilo,
por el corredor de la casa de Lucía,
y va por allá y se detiene
y empieza a olisquear
y se queda viendo quién sabe qué.
Al rato se devuelve
y pasa contoneándose
y se va por la lavandería
hacia el frente de la casa.
Él sabe que tiene su agua
y tiene sus horas de comida aseguradas.
No se preocupa por nada durante el día.
Ya tiene establecida la rutina del día.
Entremetidos, por supuesto,
los momentos de excitación de la manada, ya por esto, ya por lo otro,
en los que se aplica a aullar
con su voz profunda de coyote.
Y así parecidamente se la pasan las demás de la manada que son 4 perras.
Mientras todo transcurre, yo veo desde mi sillón.
Y me parece que mi vida
se parece bastante a la de mis perros.
Con las variantes del caso, a saber:
leer y escribir.