Cuentan de un hombre, tan enojadizo y colérico,
que su agrio carácter no le daba tranquilidad para nada;
no tenía paz aunque fuera por ratos,
como le ocurre al común de la gente.
De tal grado era el sabor del desengaño y la desesperanza en aquel pobre infeliz que,
según dicen, no soportaba ni verse reflejado en un espejo;
la imagen de su cara le repugnaba y le asaltaba un viejo y desconocido rencor,
algo propio de su sangre o de su vida,
genes o memes de por medio,
que lo remordía, lo incordiaba y no lo dejaba tener paz.
Así transcurría la vida de este pobre desgraciado,
un día sí y otro también,
hasta que una tarde, llevado por un extraño impulso,
se detuvo frente al espejo de cuerpo entero y reluciente marco de caoba,
que había en el amplio recibidor
de su vetusta casa
y que era una herencia familiar.
Y puesto que su imagen no apareció reflejada en el espejo, como si se negara por propia voluntad,
el pobre hombre, desconcertado, saltó instintivamente sobre la luna del espejo,
en busca de su perdida imagen,
y con la misma, su cuerpo cayó, decapitado, sobre los añicos de aquel enorme vidrio.
Para colmo de misterios la cabeza del hombre,
por más que la buscaron,
nunca apareció,
ni hubo una explicación razonable de semejante desaparición.
Puede ser que el hecho mencionado tenga relación con aquel famoso hombre sin cabeza que, por las noches, dicen que asusta en los caminos solitarios. Pero lo más seguro que se puede decir,
es que son puras especulaciones
o un mero cuento de gente ociosa, que no tienen algo más provechoso en que ocuparse.