La vida es una fiebre,
en el sentido de una viva
y ardorosa gana de vivir.
Es tan intensa esa fiebre
que cuesta admitir
que se calme con la edad.
No le parece a uno, enfebrecido,
que vaya a mermar nunca.
Pero con el tiempo
a todo le llega la hora.
Y entonces hay que sostener erguidas esas ganas,
o de lo contrario se desmoronan.