Cuántas veces he enviado a mis contactos de la internet mis modestos textos, y luego de haberlo hecho me percato de que se fueron con faltas gramaticales, mayormente de ortografía.
Me pasa a menudo. Si yo hubiera sabido entonces, en mis años escolares y los atribulados de colegio, que me iba a gustar esto de escribir (siempre me ha gustado pero no lo sabía), habría puesto más interés en las enseñanzas de maestros y profesores acerca del idioma.
Y no incurriría hoy en tantos gazapos cuando escribo. Pero no me queda más que seguir adelante, esmerando los cuidados y aprendiendo sobre la marcha.
Aprendiendo de los errores y aprendiendo de los demás. Si hubiera sido menos inquieto. Si me hubiera aplicado desde entonces.
Por mi culpa por mi grandísima culpa.
Pero hay que seguir adelante.
La literatura y la poesía es lo que me queda de especial interés en la vida. Razones propias de la vida y de la edad. No creo que sea sólo a mí a quien suceden estas cosas. Mal de muchos consuelo de tontos…
Y no puedo dejar de sucumbir a la tentación de decir que yo era un niño inquieto y en fuga continua. Que fui fuertemente reprimido. Y que no me quedó más alternativa, que la rebeldía como escapatoria para poder vivir mi vida de niño a la manera del común de los niños de mi edad, compañeros de escuela, amiguillos del vecindario.
En la plaza, en los ríos, en las pozas, en los montes, en los árboles. Me costó mucha represión. Pero no me lo perdí.
Así es la vida, cada quien con su propia historia.