Hay mañanas en que mi perro Ben atraviesa el amplio patio y viene hasta mí. Es la visita de un viejo amigo. Recuerdo la desesperación de su madre cuando lo separé de la camada. Siento todavía el escozor de la culpa.
Ya está viejo Ben, comparativamente tanto como yo. Es el único puente vivo que me queda hacia mi recordada cabaña de Loma Alta, donde nació. A ambos, a él y a mi, nos quedan por delante los días contados. Si es él el que se va primero, el dolor indecible me inundará de lágrimas.