¿Cuánto tiempo más?
Lloro
Alberto Avilés
Lagunilla
La niebla es espesa,
camino con una serpiente de lana
y un poncho andino.
Camino sobre barro y estiércol,
al fresal de mi tía,
a un lago mínimo que carece de río.
Un ángel curtido y de bigote
se cruza en mi descenso:
¿ Está lejos la laguna ?
No mucho, a unos quince, cuesta abajo.
Baje mañana, es mejor, ya cae la noche.
Saludo a las madres blanquinegras,
vuelven a verme con asombro,
salgo del camino
y me adelanto en el potrero.
Un árbol bien plantado me atrae a sus raíces,
me acomodo sobre el poncho
y me dispongo a escuchar…
…Si creyera lo que percibo,
me sentiría en el limbo:
“Rodeado de monjas orando
como vacas fieles que cubren mi necesidad” .
“Rodeado de muñones renacidos,
entre el mar del cielo
y los ríos ocultos bajo la hierba…
…me olvidaría de este cuerpo
y del infierno de metal.”
Son casi las seis,
el libro de las horas no funciona,
bajo este rocío exagerado y generoso.
La niebla se apenumbra,
no conozco el agua azufrada,
ni el fresal de esta locura.
En este paraíso semirreal,
la “Lagunilla” no es un lago pequeño,
ni un pozo encantado:
es apenas una criatura…
…¡ es un naciente del volcán !