No sé siquiera
si vale la pena decirlo.
A nadie le interesa,
ni tiene porqué interesarle.
Esa es la cruda realidad.
El poeta está solo,
íngrimo en medio de la multitud.
Aterido,
entregado a sentir su sentimiento,
y con el ingenuo afán de decirlo a los demás.
Ese es el pretexto, el espejismo,
de su monólogo apagado.
